Bellísimo
Ibn-Racin era el nombre de la tribu berberisca que con la invasión musulmana se estableció aquí. Andando el tiempo fue poblado romano. La villa se llamó Santa María de Oriente cuando fue cristiana... Así comienza la vieja historia de Albarracín, una historia donde el protegerse y el defenderse ha sido la premisa. Hoy, al caminar por sus calles estrechas y respirar su placidez cuesta pensar que su ubicación no haya sido imaginada para el deleite sino para guarecerse del peligro.
El delicioso casco antiguo de Albarracín es sólo para peatones y está muy alto. Si subes en la tarde, verás que los pasadizos bajo los arcos, las escalinatas, los portales de las mansiones señoriales, parecen habitados por misteriosas sombras. Albarracín destila un aire aristocrático, lo ves en sus puertas tachonadas, en los llamadores de hierro, en sus balcones corridos de madera tallada, en su espectacular herrería. En alguna callecita estrecha que baja tortuosa, hay pequeñas plazoletas que se abren sobre el abismo desde donde casas de arquitectura más popular parecen colgar. El panorama es bellísimo. Para la construcción de los edificios de Albarracín se ha usado desde siempre el yeso más que la piedra, y el color de sus muros tiene el exacto color de los barrancos sobre la que está asentada.