Un rincón en el mundo: Aldea de Pattu ...
Un rincón en el mundo: Aldea de Pattu Pauk (pueblo de la etnia Taung Yo) montañas meridionales del Estado Shan, Myanmar
Hacer noche en el monasterio de Pattu Pauk –en la zona montañosa del Estado Shan donde viven las minorías étnicas Pa O, Danu, Taung Yo, Palaung…- es una experiencia, cuando menos, de otro tiempo y otro mundo. Para llegar hasta aquí, eso sí, lo suyo es hacer una caminata de dos días por senderos de tierra rojiza, entre campos y pueblos de paisajes sencillos pero muy expresivos.
El camino puede dar comienzo en Kalaw, una bonita estación de montaña y retiro estival ideado por los británicos para huir del aplastante calor de las ciudades, o en el lago Inle, uno de los destinos más bonitos e impactantes de Myanmar y hogar de la minoría Inn Tha “los Hijos del Lago”.
Tras unas escaleras de piedra, donde suelen jugar los pequeños monjes, aparece el monasterio, un bello templo de teca de unos 100 años y fiel reconstrucción del original. Los valientes senderistas pueden dormir aquí. En Myanmar los monasterios han sido siempre lugar donde hacer noche y refugiarse de forma gratuita, aunque a la mañana siguiente es recomendable realizar una donación como agradecimiento.
A las 5.30 h los niños monjes despiertan a los viajeros y a sus compañeros con cánticos religiosos. ¡Y puede sentirse, nítidamente, que hay algo ahí! A esa hora, la noche comienza a replegarse de a poco y detrás viene la neblina de la mañana que acompaña el desayuno. Los monjes, después de comer limpian sus platos y barren el suelo, y el viajero se levanta con los ecos de sus voces en la cabeza y el olor de la leña quemada de la cocina pegado a la ropa.
Vídeos: Festividad tradicional de los Taung Yo, en la que hombres y mujeres se enfrentan en un curioso duelo que tiene algo de danza del cortejo y otro poco de lucha dialéctica. Un juego de seducción entre hembras y varones de entre 16 y 25 años, y también solterones impenitentes de edad más tardía, que se visten de gala y se enjoyan para que unos y otras no puedan sino pensar “¡cuánto dinero debe tener quien lleva semejante anillo!”. Durante el cortejo, el macho bebe alcohol buscando la chispa que doblega la timidez, pasándose como ya es habitual de la chispa al incendio, y viéndose así a pretendientes con curdas monumentales que zigzaguean mientras la comitiva va de casa en casa por caminos de tierra, a seguir con la parranda al patio de la casa de otro vecino. Así hasta que anochece, y luego siguen con la fiesta ya en el interior de las cabañas de ratán y teca a la luz de velas y candiles. El momento cumbre del baile es cuando el chico se acerca a la chica y le dice sonrojado o picarón: “¿De dónde eres?”, para poco después dejar caer el importante: “¿Puedo ir a visitarte?” La chica puede entonces invitarle o no, claro está, a él y a tantos otros pretendientes casaderos como ella quiera. En la cocina del hogar paterno, ahumada seguro, deberán pasar luego las siguientes cribas: ¿Cuántos búfalos tienes?, etcétera. Así hasta que solo quede uno… Pero ése es otro baile. En éste, tras pasarse toda la noche cantando y bailando, a veces en maratonianas jornadas de hasta dos días, los danzantes ponen punto y final al festival tirando sal y agua alrededor de las casas para garantizar buenos augurios y ahuyentar todo posible mal fario, porque en cuestión de amores -sabido es- lo mejor es extremar las precauciones.