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77 opiniones sobre Altea

La placidez de un pequeño pueblo

Altea es un sol que tiñe de blanco todas las cosas, una bahía cerrada en sus extremos por inmensos peñascos de pura roca, un perfecto mar azul, una playa que por conservar su canto rodado sugiere un aire agreste y natural, un largo y pintoresco paseo marítimo salpicado de restaurantes y bares, y su maravilloso pueblo viejo, el “Rabal de la Mar”, el que ha quedado oculto y apretado entre el caserío bajo que le fue creciendo alrededor a través de los años. Uno sabe que está allí porque desde lejos, altísimo, ya ha visto la cúpula azul y blanca de la iglesia de la Virgen del Consuelo, pero el resto parece no existir hasta que uno empieza a subir. Entonces aparecen casas inmaculadamente encaladas, paredones donde asoman buganvillas de un morado subido, jazmines florecidos de intenso perfume enredados en preciosas rejas, calles escalonadas, empedradas, empinadas. Desde una minúscula plaza se ven sólo techos envejecidos, al subir un poco más se llega a otra desde donde ya se ve el mar.


La placidez típica de los pequeños pueblos está instalada en la antigua villa marinera; aunque ya ha comenzado a oscurecer, todavía hay ropa tendida en la calle, bicicletas sin candado olvidadas contra una pared, vecinos de toda la vida que han sacado sillas a la puerta de sus casas para disfrutar del fresco que sube del mar. Este particular encanto se mezcla de manera muy pintoresca con el halo cultural y estético que impregna a la villa. Buscando refugio e inspiración, escritores, pintores, escultores y músicos de distintas partes del mundo se instalaron en Altea en los años sesenta y setenta, provocando la aparición de galerías de arte, talleres de pintura y tiendas de artesanías, además de cierta colorida bohemia que aún hoy ronda por sus calles.

Las mañanas en Altea son esplendorosas, y aunque uno no quiera, se meten por las hendijas de las persianas. Lo que veo desde mi balcón no tiene desperdicio: la noche ha lavado el mar, las sierras, el cielo y la playa y ahora parecen como recién inventados. Bajo al mar, me zambullo, nado paralelo a la costa. El agua está cálida, salada y transparente. Qué formidable sensación. Me seco al sol mirando la línea difusa del horizonte. Un velero navega con las velas henchidas, las gaviotas vuelan rasantes sobre la orilla buscando comida, la costa de grava reverbera blanca bajo el sol del mediodía. De pronto suenan campanas. Repican gastadas, medio desparejas, cansadas, como campanadas tocadas por un campanero que tiene ya ganas de siesta.
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+19

Altea es un pueblo pegado al mar... Eso...

Altea es un pueblo pegado al mar... Eso ya lo sabemos casi todos. Pero si de verdad queréis disfrutar de este hermoso pueblo, os aconsejo que os olvidéis de la playa, por lo menos hasta después de haber visitado su "poblé antiq" que se dice en valenciano.

Es uno de los más bonitos de la provincia de Alicante, si no el que más, sus callecitas, todas encaladas y bien bien cuidadas te transportan al Altea más antiguo y hermoso, aquí tenies una imagen viva de lo que fué la vida en el mediterráneo en los siglos pasados.

Luz, color, aire salado, sol y un cuidado especial y auténtico por lo nuestro.

La verdad es que soy de la tierra y no puedo evitar estar medio enamorado de este pueblo, al que me escapo cada vez que puedo, bueno mejor dicho, cada vez que mi gran amigo Alberto se viene desde Madrid a pasar el fín de semana. Por el día, por la tarde o por la noche, da igual, es un placer pasear por este pueblo.
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+7

Enamorada de Altea

Excelente

La primera vez que visite Altea , quise quedarme allí para siempre.
A pesar de estar tan cerca de Alicante, jamas había estado allí antes, y cuando lo vi, me enamore.
Sus calles de piedra, las casas blancas, con las macetas en los balcones.
Esa iglesia, que se vislumbra desde lejos, el ambiente que se respira de tranquilidad y armonía.
De altea, nada que decir, solamente que podría quedarme allí para siempre, por que me atrapo desde el momento que pise ese pueblecito.

+11

Un pueblo bonito con encanto

Bonito, tranquilo, van bastantes turistas. Muy bonito para ir en familia con los niños. Todos los edificios son blancos lo cual me sorprendió. Comimos en un restaurante italiano que estaba a reventar de gente. Estaba bueno y no muy caro. Hacia buen tiempo cuando fui y eso se agradece. Eso si no puedes ir a Altea y no ver la iglesia Rusa Ortodoxa. Muy bonita por fuera, parece grande aún que luego por dentro no es tanto. Un poco difícil hasta llegar porque no esta bien señalizado pero bien. Lo recomiendo. Tienen tiendas para comprarte algún recuerdo.

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