Roberto Gonzalez
La fiebre del oro
Nueva Zelanda es una tierra rica, riquísima en todos los aspectos. Ganado, agricultura, pesca, bosques...y oro. La verdad que yo desconocía que hubiera habido una fiebre del oro en toda regla tal y como ocurrió en Canadá y algunas zonas de Estados Unidos, pero aquí llegó con una fuerza más atenuada, debido sin duda a la lejanía de las islas de la madre Inglaterra o de la madrastra América.
Lo cierto es que casi paralela a aquella "goldrush" que invadió los territorios de la entonces joven América, en la aún más nueva Zelanda también aparecieron aventureros y delincuentes que buscaron la riqueza entre las piedras del río Arrow.
Así, lo primero que vemos al aparcar nuestra caravana junto al cauce es una marca en el suelo que indica el lugar exacto en el que Jack el Maorí encontró la primera pepita del noble metal allá por 1862. Su descubrimiento desencadenó una llegada descontrolada de pioneros que vieron los cielos, o mejor la tierra abierta y dispuesta a dar sus frutos más preciados.
Esta masiva llegada de mineros llevó a la fundación de esta miniciudad que hoy visitamos y que ha perdurado en el tiempo, con más de 60 edificios históricos perfectamente conservados, y rica ahora gracias a la tarjeta de crédito de los visitantes que gastan su oro en las elegantes tiendas que bordean la principal avenida de la ciudad.
Un museo que cuenta la historia de la ciudad y de su dorado pasado, comercios de piel, lana y joyas de oro y sobre todo un paisaje maravilloso enmarcado por las montañas, el río y la vegetación que lo rodea, hacen de la visita a Arrowtown un imprescindible antes de dejar la zona de Queenstown.
Esta masiva llegada de mineros llevó a la fundación de esta miniciudad que hoy visitamos y que ha perdurado en el tiempo, con más de 60 edificios históricos perfectamente conservados, y rica ahora gracias a la tarjeta de crédito de los visitantes que gastan su oro en las elegantes tiendas que bordean la principal avenida de la ciudad.
Un museo que cuenta la historia de la ciudad y de su dorado pasado, comercios de piel, lana y joyas de oro y sobre todo un paisaje maravilloso enmarcado por las montañas, el río y la vegetación que lo rodea, hacen de la visita a Arrowtown un imprescindible antes de dejar la zona de Queenstown.
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