Una de cal y una de arena
Situada en la Avenida 9 de Julio, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, bien vale sino un película de Holywood, al menos un cortometraje. Situando al lector -futuro espectador- Tucumán es de esas ciudades que puede decir que ha sido trasladada -completamente- de un punto a otro. Así como los Simpson y su pequeño Springfield tuvieron que emigrar por completo -tras haber convertido el pueblo en un mayúsculo vertedero-, Tucumán, por causas diferentes, también.
Pasó de estar de la localidad de Ibatín a su actual emplazamiento. Acotándo nuestras letras al tema que nos ocupa, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario no sería construída hasta finales del siglo XIX, por los dominicos. Éstos, llegaron a tierras argentinas allá por el 1549. Pero pronto encontraron problemas con el gobierno criollo impuesto por la Corona, siendo expulsados en un santiamén de San Miguel de Tucumán. Los dominicos no volverían a pisar la ciudad -nuevamente emplazada- hasta finales del siglo XVIII, en 1780, cuando se les autoriza a regresar de nuevo, tras la expulsión de los jesuítas, realizada apenas una década antes. Unos van y otros vienen, debieron pensar los lugareños.