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Brooklyn Tabernacle

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1 opinión sobre Brooklyn Tabernacle

Misa Gospel en Nueva York

Estuvimos alojados dos semanas en casa de una amiga en Brooklyn y dado que siempre nos ha llamado la atención lo de las ceremonias religiosas con gospel incluido, le preguntamos si era posible asistir a alguna por aquella zona. Nos recomendó ir al Brooklyn Tabernacle. Al llegar allí reconozco que sentí, por unos momentos, un poco de vergüenza: éramos los únicos “guiris” blancos del lugar y el resto de los presentes eran negros vestidos con sus mejores galas (“vestidos de domingo”, que se diría aquí). Nosotros íbamos con ropa informal, aunque no irrespetuosa, por supuesto. Sin embargo, me pregunté si, dado que aquello era una ceremonia religiosa, alguien se podría llegar a ofender por el hecho de que nosotros fuéramos a verla despreocupadamente, por simple curiosidad, sin ser creyentes de esa fe.

Nuestra amiga es de origen judío y neoyorkina de pura cepa y no nos había dicho que pudiera haber algún problema, pero yo, por un momento, me sentí fuera de lugar. La realidad vino a demostrarme que mis temores eran infundados. The Brooklyn Tabernacle es una iglesia cristiana no denominacional que cuenta con unos 16.000 miembros. “No denominacional” significa que son cristianos, protestantes por tradición, pero que no se incluyen como grupo dentro de ninguna denominación cristiana específica: ni son católicos, ni ortodoxos, ni luteranos, ni nada que nos suene. Son ellos y ya está. Además, sus protocolos litúrgicos tampoco siguen ninguna regla prefijada externamente. Como iglesia, The Brooklyn Tabernacle se fundó en 1847 y está dirigida desde 1971 por Jim Cymbala y su mujer Carol, las auténticas “estrellas” de la ceremonia a la que asistimos. Él, micrófono en mano, calienta el ambiente hasta el paroxismo. Ella, por su parte, dirige el coro, que ayuda a que la gente entre en “éxtasis” y que es auténticamente sensacional (por lo visto ha llegado a ganar un Grammy). Merece realmente la pena. En mi caso, además, tuve la gran suerte de vivir un simpático momento para recordar: iba con mi familia, nos sentamos unos junto a otros en la misma fila del gran auditorio y, por casualidad, a mí me tocó sentarme en uno de los extremos, de manera que a mi izquierda se quedó un sitio vacío. Pasado un rato se sentó a mi lado un hombre inmenso de raza negra, la versión agradable de Mike Tyson, con unos brazos musculados del tamaño de mi cintura, vestido con pantalones de pinzas, zapatos relucientes y camiseta blanca extremadamente estrecha. Iba reluciente, perfumado y perfectamente afeitado. No le faltaba un perejil, por decirlo de otra forma. Estuvo sentado a mi lado todo el tiempo, a ratos prestaba atención a la ceremonia y a ratos se entretenía con el móvil, pero en un momento dado, como ocurre también en las ceremonias católicas, se llegó al punto en el que lo preceptivo era acordarse de los que estaban al lado y darles la mano o un abrazo, según el nivel de confianza. Llegado ese momento, yo lo primero que hice fue volverme a mi derecha y abrazar a mi mujer, creo, pero luego, casi mecánicamente, me volví también a mi izquierda y me encontré con mi vecino de ceremonia, que estaba girado hacia mi y que, ni corto ni perezoso, me dio un cálido abrazo con su gigantesco cuerpo a la vez que me decía: “I love you brother”. Luego se giró y siguió a lo suyo. Definitivamente, no estaban incómodos por nuestra presencia.
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