Es una calle comercial. Una calle...
Es una calle comercial. Una calle empinadísima extrañamente decorada por bragas de elefanta y calzoncillos de King Kong que llevan un mensaje de ánimo para adelgazar y promover las tallas más pequeñas.
Las fachadas de las casas están decoradas con algo que parecen ser mosaicos pero no es más que la pintura que se cae a trozos como si estuviera hecha a base de post-it (post-its, postites).
Sigo ascendiendo la montaña y esquivo a un aburrido coche de policía que por el simple hecho de poder atravesar la zona peatonal, lo hace.
En la cima me encuentro clavándose en mis ojos los de un chico con una carpeta y un bolígrafo. Ya está. Me va a convencer de que me haga socia de… Pero por una vez (a diferencia que acostumbre en tales situaciones) no desvío mi mirada ni me muevo disimuladamente hacia un lateral sino que me voy directa a él. Tengo todo el tiempo del mundo.
Resultó ser un estudio de mercado de chocolates de la marca Côte d´Or. Acabé probando recetas rompedoras de esas en cuyo envase ya se describe como: Trocitos de cacahuete cristalizado con besos de fruta de la pasión. Después de media hora de preguntas, me regalaron una tableta de Mousse Intense Noir. Y yo me lo tomé como mi recompensa por llegar al pico de la rue Montagne.


