El viaje que buscas
EN BUSCA DE KINGO Y MAKUMBA.
Salimos temprano, recién amanecido con tan solo un par de porciones de “la vache qui rit” y un aguado café con leche en polvo en el estómago. Nada más partir cruzamos el Mondika, el riachuelo que da nombre al campamento científico de WCS (Willife Conservation Society); esta vez viene con nosotros su director, Patrice.
Poco a poco la caminata se hace más y más difícil por la humedad, casi en niveles de saturación, y eso que los rayos de sol no son lo suficientemente verticales para penetrar esta espesa selva primaria del ecuador africano que nos protege tanto, como merma nuestras fuerzas a cada paso, a cada inspiración.
De vez en cuando los dos guías Bayaka o BaAka que nos acompañan se detienen, reconocen el terreno, huelen las hojas, remueven la hojarasca en busca de excrementos, de cualquier señal que les indique donde están; donde han dormido. Reemprendemos la marcha siempre lenta, sin ruidos, auscultando la selva; cualquier señal nos es necesaria.
Llevamos casi una hora de camino; a veces me parece que en semicírculos, pero me dicen que no es así. De pronto, el BaAka que nos guía, el más adelantado, nos da la señal de parar y agacharnos. Estoy tan bañado en humedad y la luz es tan tenue aún, que mis ojos no ven con claridad allá donde su mano nos indica. Pero de súbito lo veo, inmenso, seguro de si, orgulloso, tremendo!. Nos mira con firmeza recostado al pie de un enorme Limbali. Los primeros rayos de luz verticales inciden sobre su rostro y torso mostrándolo más virtual aún a mis ojos, de lo que aparentemente yo me hubiera podido nunca imaginar. Me estremezco, no doy crédito. Superada la primera impresión puedo sacar las primeras fotos y calcular la distancia; debo estar a unos diez metros máximo.
Sobre él, en las copas de esa gran catedral vegetal, están los demás miembros de su grupo. Me dicen que es Kingo que junto con Makumba son los dos grandes espaldas plateadas del lugar.
Setiembre 2007
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