La cordura de enloquecer una vez al año...
Truman Capote comparaba la emoción de visitar Venecia con la sensación de haber comido de golpe toda una caja de bombones de licor. Algo de cierto hay en ello cuando esta ciudad te embriaga al primer contacto y te hace sentir un poco mareado. Venecia te dice que es pequeña para luego introducirte en sus callejuelas, estrechas, algunas oscuras, no pocas sin salida, con un "siga todo recto", subir un puente, bajar por su hermano gemelo y llegar al mismo sitio del que habías partido. Sí, Venecia marea. Pero todo se le perdona a esta ciudad que hace que hasta sus ciudadanos se desorienten a veces. Nace entonces esa complicidad entre turista y veneciano, que no sabe muy bien cómo indicarte el modo de llegar, pero que, desde luego, lo intenta.