Más larga será la subida….
Y es que es muy larga, porque el camino que nos lleva hasta ella la convierte en la cascada accesible más alejada del asfalto de toda Islandia (si no contamos las que se encuentran en el interior).
Aunque si hablamos con propiedad debemos decir que son dos cascadas en una. Por un lado la cascada "madre" que se llama Hengifoss, y que es la segunda mayor en altura de la isla, con sus 120 metros. Para llegar a ella se necesitan unas dos horas y media, ya que son 7 kilómetros en elevada pendiente y no siempre por caminos en buen estado; y por otra la cascada "hija" conocida como Litlanesfoss y que se encuentra a sólo 1,5 kilómetros de donde debemos aparcar el coche. Ésto no quiere decir que su acceso sea fácil, ya que debemos subir un buen tramo de escaleras de acero, que acaba en una vereda que a su vez nos lleva a cruzar una cerca y seguir andando todo ellos siempre en cuesta, hasta que el terreno se suaviza y llegamos a una semiexplanada que se interna en la montaña hasta formar una amplia garganta. Al fondo encontramos la hermosa cascada.
Pero debemos andar hacia ella fijando nuestra vista en las paredes de la quebrada, puesto que las formaciones de piedra que la conforman tienen unas geometrías casi imposibles. Es como si la naturaleza las hubiera fundido y les hubiera dado forma de bombones de chocolate. Fue mi impresión.
Escoltando la cascada, unas altísimas y estilizadas columnas de basalto, que parecen curvarse en su parte más alta como si la lava aún estuviera empujándolas desde arriba.
Una excursión corta, un breve paseo que nos descubre otra de las maravillas de Islandia.
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