SerViajera
Luego de la comida en Laguna Honda el...
Luego de la comida en Laguna Honda el universo se trasformó en un fantasmagórico desierto de infinitos tonos ocres y marrones. El Desierto de Siloli se extendía ante nosotros. Una eternidad de pedruscos donde no crece nada, donde no vive nadie. La tierra, a 5000 metros de altura, se calcina bajo el sol y reverbera creando locas ilusiones. Horas de terragal, los volcanes azules siempre a nuestra derecha, nuestro todoterreno atravesando la nada.
Llegamos a 'Árbol de Piedra', una zona de gigantes rocas con formas lunáticas. Esto ya no parece la Tierra, la sensación es que estamos en otro planeta.
-¿De dónde llegaron estas piedras, Omar?-, pregunto a nuestro chófer.
-De lejos, cientos de kilómetros tal vez. Rodaron o volaron hasta el desierto arrojadas por los volcanes.
El día en el Altiplano se termina rápido, hasta el tiempo aquí sucede diferente. Buscamos la Laguna Colorada, un espectáculo de aguas granates rodeadas de bórax y llena de flamencos. Cerca, donde ya el sol no llega, esta nuestro albergue. Al verlo nadie dice nada: Difícil lo que nos espera esta noche. El frío arrecia, el viento aúlla. Felisa nos da lasagna. No sé cómo hace. No me lo pregunto y me la como entera. Con horrible vino boliviano caliente brindamos por nuestra aventura y rogamos para que esta noche no se vuelen los techos. Otra vez las linternas de minero. Y sólo lavarse la cara, las manos y los dientes.
Mañana nos despertarán a las 4 de la madrugada, así que a las 8, molidos, estamos todos en la cama.
-De lejos, cientos de kilómetros tal vez. Rodaron o volaron hasta el desierto arrojadas por los volcanes.
El día en el Altiplano se termina rápido, hasta el tiempo aquí sucede diferente. Buscamos la Laguna Colorada, un espectáculo de aguas granates rodeadas de bórax y llena de flamencos. Cerca, donde ya el sol no llega, esta nuestro albergue. Al verlo nadie dice nada: Difícil lo que nos espera esta noche. El frío arrecia, el viento aúlla. Felisa nos da lasagna. No sé cómo hace. No me lo pregunto y me la como entera. Con horrible vino boliviano caliente brindamos por nuestra aventura y rogamos para que esta noche no se vuelen los techos. Otra vez las linternas de minero. Y sólo lavarse la cara, las manos y los dientes.
Mañana nos despertarán a las 4 de la madrugada, así que a las 8, molidos, estamos todos en la cama.
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