Elisa
Sólo montañas de arena y mar en el horizonte
Las dunas de Cariló son otra de las pequeñas maravillas naturales de la Costa Atlántica en Argentina. En realidad, el hombre ha ayudado mucho a conservarlas a través de la forestación de todas las playas contiguas. Las dunas se mueven, y los bosques colaboran a fijar la arena.
Esta pequeña ciudad playera, bordeada de bosques con un perfume sin igual, es uno de los lugares donde suelo pasar mis vacaciones en el verano. Es lo que se conoce como Costa Verde, en la provincia de Buenos Aires. Ahí están también Pinamar, Valeria del Mar, Ostende y Villa Gesell. Todas maravillosas, cada una con su encanto particular.
Las playas de Cariló son interminables. Se extienden entre las suaves colinas que forman las dunas, el bosque cercano y el mar Atlántico. Este conjunto es una de las atracciones veraniegas más hermosas de mi país. Pienso en el verano, e inmediatamente mi imaginación me traslada a ese lugar. Me veo caminando tranquila a orillas del agua. Qué placer.
Cariló es una pequeña ciudad elegante, un balneario antiguo que, con el paso tiempo, fue instalándose en los hábitos de la Argentina como uno muy exclusivo. Tiene la peculiaridad de conservar espacios salvajes, con kilómetros de arena blanca y dunas enormes.
Por estas latitudes, salvaje no equivale necesariamente a tranquilo. Es más bien sinónimo de aventura. Es precisamente mi costado aventurero el que descubre la evasión al recorrer esos grandes espacios junto al mar a bordo de una 4x4. El punto de partida está ubicado muy cerca del centro de Cariló. Me dejo conducir y en minutos, me encuentro rodando entre pinos hasta llegar a la playa abierta donde se descubre, imponente, la línea del horizonte.
El paisaje es maravilloso. Las dunas son sorprendentemente grandes. Remiten a un paisaje desértico, como los de África. Pero no, no estamos solos. A cierta distancia hay vehículos estacionados con jóvenes o familias que alcanzan la orilla. A medida que avanzamos hay quienes cabalgan o circulan en motos todo terreno o cuatris, como le decimos por aquí a los cuatriciclos. Imaginen, hay lugar para todos.
Amo detenerme a disfrutar del paisaje. Mi mirada se pierde en el horizonte marino. A lo lejos adivino también la silueta de Villa Gesell, otro de los balnearios vecinos, favorito también de los argentinos. La ciudad se dibuja al otro lado de la colección de dunas. El sol la traza como un espejismo.
Si nos adentramos, hay lugares en los que reina el silencio más absoluto, donde el tiempo parece detenerse. Sin embargo, es fácil alcanzar los espacios donde circulan los jóvenes que se deslizan con sus tablas desde lo alto de las colinas.
Me encanta que, a pesar de haber llegado el desarrollo a las playas de la costa atlántica, existen todavía estos rincones abiertos, salvajes, que conservan el espíritu de su creación.
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