Atardecer en el Cuerno de Oro
Este es uno de esos rincones del Mundo que más me ha impactado. Estoy en Estambul al atardecer, a los pies del Puente Gálata en pleno Cuerno de Oro. Las luces de la ciudad comienzan a encenderse, el canto de los muecines resuena por la ciudad y la animación y el tráfico de gente, barcos y vehículos colpasa la ciudad.
El puerto es un hervidero de gente que viene y va, que llena barcos y trasbordadores y que mientras espera decide tomarse un bocadillo de caballa hecho en las barcas flotantes del puerto. Son barcas-cocina iluminadas como una feria que se agitan con el balanceo de las olas y de las que sale un humo infernal con olor a pescado.
A pesar de que todo parece una locura, la escena es la de una coreografía ensayada a diario enmarcada por las siluetas de los minaretes de las mezquitas en una orilla y el apiñamiento de feos edificios en la otra donde sobresale la inconfundible figura de la Torre Gálata.
En este rincón se disfruta de Estambul en su más ajetreada plenitud: el bullicio del Puente Gálata y sus hileras de pescadores que pescan con largas cañas, el incesante tráfico de barcos, y la gente, mucha gente mientras sigue oyéndose la llamada al rezo del muecín de la Mezquita Nueva entre el ruido del tráfico y el olor a pescado que se pierde flotando por el Cuerno de Oro. Sin duda, uno de mis rincones favoritos.