En el corazón del Tíbet
Un templo que inunda espiritualidad, el lugar elegido por sus fieles budistas, para peregrinar entorno a él, acuden desde cualquier rincón de esta hermosa y árida meseta Tibetana.
Los tibetanos, la verdad que son un pueblo en continua marcha, jóvenes y mayores van de un monasterio a otro en continua peregrinación espiritual en busca del Dharma, postrándose ante él.
¡Cayendo de bruces al suelo con los brazos estirados y tocando el suelo con la frente, incorporarse de nuevo para volver a arrojarse al suelo, allí hasta donde llegaron sus dedos y así sucesivamente!
En sus manos molinillos de oración que mueven sin cesar, con tal que se eleven al cielo las plegarias en él acumuladas sabiamente.
Según el calendario lunar tibetano hay unas cien fiestas diferentes por todo Tíbet, de ahí que vuelcan sus energías por conseguir con ello, ir acumulando "karma" positivo, para las reencarnaciones futuras.
Por ese motivo las calles de ciudad vieja de Lhasa, se van llenando de mucha gente alrededor de los tres circuitos de peregrinación "Nangkhor-Barkhor-Lingkhor" es el mayor, rodea la ciudad vieja entera, incluido el Potala.
Así que nada mejor que dejarse llevar por el admirable ritual lamaista. La ruta intermedia de 800 metros de circunvalación de "Barkhor" , que rodea el reverenciado Templo de Jokhang, la ruta más importante del centro histórico.
Este templo se fundó en el siglo VII hace 1.300 años, es un gran complejo de cuatro pisos en madera, con un bonito y dorado techo, al que cuesta llegar a sus bonitas columnas rojas y puertas, tan decoradas por un universo de colores intensos.
Su estructura arquitectónica es una mezcla de varios estilos "tibetana, hindú, nepali y china", estilo Han en sus techos y arcos dorados, estilo nepali e hindú en sus esculturas de esfinges y bestias.
Traspasarlas es encontrarte con un interior de capillas, una veintena y unas 200 estatuas valiosas, todo un centro devocional y místico. ¡Ya que el budismo tibetano está fuertemente impregnado de la doctrina esotérica del Tantra o Vajrayana.
Sus murales pintados son enormes, nos relatan la llegada de las princesas Wen cheng, quien parece que trajo la estatua del príncipe desde India y Bhrikuti a Tíbet y la construcción del templo.
La sala principal acoge entre mantras el santuario más antiguo y venerado del complejo, con la propia estatua de Sakyamuni, a sus 12 años.
Sobre la entrada hay una rueda de la Vida o Dharma, custodiada por dos ciervos dorados, símbolo del Príncipe Sakyamuni y nada mejor que subir al tejado y disfrutar de unas vistas inmejorables y de sentirse en el techo del Mundo por unos instantes, que para mí, serán inolvidables.
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