Me he dado cuenta después de releer lo ...
Me he dado cuenta después de releer lo que os contaba, que no os he hablado de Atapuerca (y esto, al fin y al cabo es de lo que se trata) así que primero el pueblo y luego la historia de café.
Atapuerca merece una visita, aunque sea por mera curiosidad, para intentar descubrir algo que nos ayude a entender porqué hace más de un millón de años nos asentamos aquí, para pasar por dónde otros pasaron.
Fue reconocida Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2.000 y además de la gran cantidad de hallazgos fósiles y arqueológicos que posee, también ofrece al adentrarse en su Sierra, un hermoso paisaje y un lago, verdes valles, y una Sierra plagada de huesos .
Tomando un café en el Hotel (había ido a por pan, pero me entretuve un rato) que hay antes de entrar al pueblo (que allí no hay tienda), también me he enterado que los yacimientos fueron descubiertos al excavar los ingleses para abrir camino a la vía del tren.
Hoy, lo que queda habitado es un pequeño pueblo de unos 200 habitantes, unas cuantas casa cercanas, rodean la plaza de la fuente donde he aparcado para comer.
Después de comer, tomábamos un té sentados en el césped a la sombra del árbol de la plaza de la fuente, cuando alguien de nuestra edad, un chico con gesto amable, asomaba bajo los ojos (que casi escondían los grandes rizos alborotados) una amable sonrisa.
“Hola, ¿necesitáis algo?”.
-“¿Cómo?-pregunto extrañada por lo que acabo de oír (la falta de costumbre de tanta amabilidad, ¡qué pena que no seamos más así!).
“Que si necesitáis alguna cosa?”- me vuelve a preguntar sonriendo aún.
-“No gracias”, tenemos de todo, pero muchas gracias.
Nos invita entonces a tomar un café en su casita (que está frente a la misma plaza). Conocemos allí a esta pareja: Mario y Marta, de pronto, por azar hemos ido a dar con una gente muy maja, un escultor (que desafortunadamente ahora no puede vivir de lo que le gusta hacer) con grandes inquietudes y ganas de cambiar su vida y apartarse más aún de este sistema que nos pide demasiado a tan alto precio.
Y Marta, una dulce pastorcilla campestre, con una mirada tan dulce como el licor de escaramujo con el que nos agasajan, tan dulce que nadie diría que ha vivido 10 años en el campo, desconectada de todo ( o casi todo lo que se puede) y trabajando muy duro, y que le encanta esa vida.
Fue una casualidad que nos cruzásemos, que nos tomásemos aquel tiempo para conocernos, para indagar en las inquietudes del otro, un aprendizaje que sigue sumando experiencias a este Camino.
(Os dejo un par de fotos del parque de Atapuerca, que es el único momento en el que llevaba cámara, es para recodordarme-nos, que así acabaremos todos, así que: Carpe diem).
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