El extraño magnetismo del lujo desmedido
No hay duda de que con el paso de los años y la emergencia de las nuevas fortunas petrolíferas, los grandes almacenes Harrods se han convertido en uno más de los puntos de obligada visita en Londres. Yo, enemigo acérrimo de seguir el rebaño, me vi inevitablemente atrapado y arrastrado por las luces que adornan la fachada, no pude resistirme.
Sería un pecado, me dije, pasar por delante del enorme y precioso edificio y quedarme sólo con la imagen de sus trabajados y artísticos escaparates. Así que entré y me dí de bruces con el lujo más sibarita y por supuesto más "british". Empezando por las confiterías y dulcerías con la mayor variedad de tentaciones que hubiera podido ver, seguí el recorrido por aquel laberinto de luces, escaleras decoradas como si de una tumba egipcia se tratara, lámparas de delicado cristal de Lalique ( reconozco que fue lo único que me gustó de los almacenes), perfumes, zapatos de precios paralizantes, ropa, recuerdos 'made in Harrods' que todo el mundo compra para luego presumir, y mil y un detalles y rincones a cual más 'snob' y sorprendente.
Mientras paseaba por el interior, iba informándome de la historia del sitio. Al parecer, fue fundado por un comerciante de té, y al principio no era más que una tienda de modestas proporciones y poco más que una puerta y un escaparate. Varios golpes de fortuna hicieron que amasara la cantidad necesaria para levantar la tienda que pretendía tener " de todo para todos", aunque claro con unos precios que ya no eran los del primer negocio.
Fue cotizando en bolsa, pasando de mano en mano, hasta caer definitivamente en manos de la familia real de Qatar, que lo compró en 1.500 millones de libras...Sin palabras.
Y eso se nota, ya que ahora, más del 50% de los clientes de Harrods son árabes que parecen bañarse en ese tono dorado que proporcionan los petrodólares.
Antes de volver a nuestras normales y poco lujosas vidas, bajemos al sótano para ver el mausoleo que levantó el anterior dueño, Al -Fayed, en memoria de su hijo y su pareja de entonces, la princesa Diana de Gales. Un conjunto escultórico de dudoso gusto, pero que claro, está rodeado de ese misterio que atrae nuestra curiosidad y nos hace caer, como el resto, en las redes de los tópicos.
En fin, hay que disfrutarlo de igual manera, ¿verdad?


