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Hizen-Hama

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Hamamachi Dirección

1 opinión sobre Hizen-Hama

Las hojas de los árboles caen sobre los campos de arroz secos.

Excelente

Parece del mismo color verde luminoso el agua de la pila de piedra que el té que nos ha servido la amable señora del templo. Siempre me ha sorprendido esto de que algunos templos budistas sean regentados por señores que tienen su mujer, sus hijos y su vida tan corriente. Algunos templos, como en este caso, se hacen cargo incluso de una guardería. Cosas…

Me sorprendí a mí mismo tocando la campana del templo. Casi no podía mover el enorme tronco que hace de percutor. El sonido se expandió por todo el valle… sereno, claro, hasta hacerse nada…

La señora tan risueña nos invitó a acompañarla en el porche del templo tomando un té verde. Junto al agua verde y luminosa.


Nishimikawachi es apenas una aldea dispersa en un valle. Campos de arroz que aguardan en invierno. Las hojas rojas de los momiji, de los serbales cuartean el cielo de la mañana. Y las arañas, las jorôgumo, cortesanas ataviadas de vivos ropajes, parecen suspendidas del aire. Algunos aldeanos, qué mayores, trajinan en los huertos. Hay un silencio antiguo y silvestre aquí.

Algo más adelante, una chica vestida con un kimono tradicional se hace fotos. La casa antigua enmarca perfectamente una estampa que podría haber pintado Utamaro.
Es una casa que puede visitarse. Madera sobre madera. Con esos tejados que parecen de paja pero en realidad son como de ramitas, ¿de enebro? ¿de ciprés? prensadas y casi compactadas para construir una cubierta sólida.

Afuera, un caqui solitario aún aguanta en una de las ramas del árbol.

Hizen-Hama es famosa por sus fábricas de sake. Las hay a lo largo de su calle principal. Y más las había a juzgar por las antiguas factorías que se deshacen en silencio casi junto al mar.

Amablemente me muestran una de ellas por dentro. Y probar el sake, claro. Depende del agua dicen, de su calidad, para que el buen sake adquiera todo su sabor y presencia.

En algunas de las destilerías sigue colgando la tradicional sugidama, esa bola de hojas de cedro (sugi) que se cuelga en la entrada y que indica que el sake está listo para su comercialización.

Es curioso como a la par que el sake madura en la barrica esa bola de cedro cambia de color hasta el marrón definitivo. La nueva cosecha está lista. El agua, la tierra, el cielo… ya se puede beber.

En el viaje de vuelta suena en el coche las variaciones Goldberg de J.S. Bach. Una melancolía verde, casi luminosa, me embarga mientras atravesamos los valles al borde mismo de la noche. Cuando nos acercamos a la costa puedo distinguir los postes de los cultivos de nori que se adentran en el mar.

Una luna llena enorme asoma en el horizonte de pronto. Parece una sugidama gigantesca que anunciara que algo ya está listo. Algo que cambia de color lentamente, y que ya, sin darnos cuenta, es otra cosa.
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Información Hizen-Hama