Un lugar para desconectar
Conduciendo, conduciendo, parando en distintos lugares preciosos de la comarca de Anoia, en Barcelona, terminé esa provincia y me adentré en tierras de Lérida. Lo que en principio no estaba en mis planes terminó siendo un acierto.
Acabé durmiendo en lo que podemos llamar aldea: un población diminuta en la que apenas viven 20 personas. Entre sus casas de piedra, una ha sido restaurada con mi mimo y convertida en un bonito hostal con grandes estancias que hacen que el huésped se sienta como en casa.
Yo me alojé en la habitación 21, me esperaba un gran cama que resultó ser más cómoda de lo que aparentaba. La decoración era sobria, pero ganaba puntos por la buena iluminación interior, el aire acondicionado que se convierte en bomba de calor cuando hace falta y el perfecto aislamiento lumínico que me mantuvo en la cama hasta tarde. En contra tengo que decir que la ducha era bastante incómoda y que lo de moqueta no me gusta, y menos si llega también al baño.
Las estancias comunes tenían mucho más encanto que los dormitorios. Distintas chimeneas, salas de estar, zonas para descansar tras una caminata... Además todo decorado con mimo.
El desayuno a base de embutido, fruta, bollería, pan con tomate se sirve en la cocina, la cual se puede utilizar.
Y a todo esto hay que añadir que al otro lado de la plaza hay una piscina que se utiliza tanto en verano como en invierno y una zona en la que hay tumbonas y mesas e incluso barbacoas para el uso de los huéspedes.


