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Lo que más me apasiona de una muralla ...
Lo que más me apasiona de una muralla son sus salidas al exterior. Puertas monumentales, ventanas de ojo de pez, arcos peraltados que parecen abrazarte cuando pasas entre sus pilares y podría seguir describiendo todo tipo de pasadizos con términos que aprendí en Historia de Arte. Pero sobre todo me gustan por su efecto sorpresa.
Estuve en Saint Malo un día primaveral. Hacía mucho sol aunque, ya fuese por la humedad fría del mar o por el viento del aleteo de las gaviotas, había que ir abrigado. Y en esas estoy, subiendo y bajando calles en el Intramuros cuando la curiosidad me picó y me empujó hacia un agujero de la muralla.
¡Qué beso se merece la curiosidad! Me asomé y allí estaba el mar. En realidad, me dijeron, no era mi descubrimiento sino que todo el mundo sabía lo que había al otro lado. No obstante, no me decepcioné y me quedé embobada con lo que vi. Las islas Bé sobreviviendo a esa agua feroz de la que nunca hay que fiarse. Están situadas a 500 metros de la playa de Bon Secours ( a 510 metros desde mi ventanuco) y en ellas yace el padre de la literatura romántica francesa, el diplomático Chateaubriand.
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