Estos jardines a los que se accede por un lateral bajo un arco del Monasterio dan la oportunidad de pasear por un rinconcito encantador y tener una vista preciosa tanto del Monasterio como de las vistas de los alrededores. La entrada es gratuita y cierran a las 18:00 en invierno y a las 20:00 en verano.
Un rincón en el que parece detenerse el tiempo; donde los sentidos recobran protagonismo: La vista se relaja con el verde de los setos y se enternece con los vivos colores de las rosas; el olor a boj regala el olfato; los tranquilos chorros de las fuentes susurran al oído. A lo lejos, los días claros, se divisa la gran urbe, paradoja de la paz que trasmite el entorno. A la izquierda, la gran fachada herreriana con sus cientos de ojos. A la derecha, las cumbres escurialenses invitando a la marcha.
Quien entra en este lugar, no sale indiferente.
Un lugar donde el archipoderoso Felipe II paseaba mientras gobernaba el mundo. Tiene unas imponentes vistas al valle y todo hace que se respire un ambiente muy especial. Pensar que está tan, tan cerca de Madrid es impresionante.
Muy recomendable un paseo para bajar la típica comida en el pueblo.
Este monasterio, mandado levantar por Felipe II, tiene detrás de sus muros el peso de la historia, unas paredes que se observan de maravilla desde sus jardines.
También merece la pena pasar a su interior, visitar las salas con muebles y tapices de época, sus patios y adentrarnos en el panteón de los reyes, donde se encuentran enterrados muchos de los monarcas españoles.
Está muy bien para visitar y dar un paseo. Los jardines están muy bien cuidados y tienen unas vistas preciosas desde allí.
Jugar al escondite con los pequeños y deleitarse con el reflejo de los nenúfares en sus incontables fuentes y estanques. Coronando el lugar un gran estanque con habitantes amables (pareja de cisnes y carpas grandiosas) que regalan al visitante incontables instantáneas.
El día que yo fui los jardines estaban cerrados pero desde arriba se veía que el estanque estaba lleno de carpas.
