La Casa del Pueblo
Para un pueblo como el americano, tan propenso y tendente a iconizar lugares, acontecimientos y personas, la Casa Blanca es sin duda uno de los lugares a los que se debe peregrinar al menos una vez en la vida. Como si de una Meca se tratara, miles de americanos llegan hasta la verja que protege el blanco edificio con la esperanza de vivir un pedacito de la historia de su nación, y por qué no, de ver al menos de lejos a su presidente.
Pero claro, no sólo son ellos los que quieren vivir ese momento, sino también los turistas que de paso por Washington no pueden resistirse a la tentación de poder ver en vivo lo que tanto y tan a menudo ven en las películas y en las series de televisión. Porque realmente emociona, seas o no seas un mitómano, te guste o no el American Way of Life, seas apolítico o simplemente llegues hasta aquí con sólo un poco de curiosidad.
Ocho años se tardó en levantar la primitiva construcción desde que George Washington eligiera el sitio donde iban a vivir todos los presidentes de la joven nación americana, allá por 1791. Incendios y derrumbes fueron modificando y alterando los diseños a lo largo de los años para acabar teniendo la apariencia actual a principio del siglo XX.
Todos los presidentes desde John Adams han ocupado la Casa Blanca sin cambiar en ningún momento de residencia. Ellos y todo el ejercito de sirvientes, asistentes, seguridad que utilizan las 132 habitaciones, 35 baños y 6 plantas de la residencia, con sus 412 puertas, 147 ventanas, 28 chimeneas, 8 escaleras y 3 elevadores.
El adjetivo de "Blanca" se lo puso Roosevelt en 1901, seguramente cuando los operarios que acababan de pintarla se dieron cuenta de que habían usado nada menos que 2.175 litros de pintura.
Me hubiera gustado entrar y ver un poco más de cerca el corazón de América. Así que toca volver. Y esta vez no me quedaré tras la verja.


