El mar, la tierra y el aire.
Southland es el nombre de esta región de la Isla Sur, inexplorada e injustamente olvidada, tranquila y casi desértica, llena de belleza y de paisajes que parecen salidos de un sueño.
Quizá algún que otro viajero haya pasado por los Catlins, o al menos oído hablar de ellos. Si es así recordará siempre los hermosos rincones, el color de la arena, la inmensidad del mar y los verdes prados que casi tocan el agua.
Viniendo del norte, las calas de arenas doradas y suaves olas se suceden sin parar, separadas por islotes o lenguas de roca que albergan pequeñas casas reconvertidas en lodges, diminutas granjas o huertos donde la naturaleza es generosa con quien sabe cultivarla. Desde hace años la carretera que bordea el mar se ha convertido en lo que los anglosajones llaman Scenic Route, que viene a ser algo así como una ruta escénica que nos regala lo mejor de la zona y que casi debe ser de visita obligada.
Tomamos éste último y empezamos a caminar, el viento arrecia y se acompaña de una llovizna agradable pero fría. Lentamente vamos desgranando el camino que sube y baja siguiendo la ruta del paredón de piedra. Abajo entre las rocas abruptas descansa algún que otro lobo de mar que ni siquiera parece percatarse de nuestra presencia.
Llegamos al final del sendero que se corta bruscamente al chocar contra la preciosa mole del faro. Tras él una plataforma de madera nos permita acercarnos tanto al abismo que parece que fuéramos a alzar el vuelo.
Islotes dentudos, algas kilométricas que se mecen con el vaivén de las olas, focas y leones marinos que se tumban en las rocas como turistas en un hamaca, pardelas, gaviotas y alcatraces que han hecho de las paredes su hogar son los únicos habitantes del paraje. Ni siquiera hay farero, ya que la luz se ha automatizado. El color del mar cambia con los rayos de un sol que parece no querer mostrarse nunca, pero que nos regala luz suficiente como para apreciar la belleza del lugar, lo salvaje de las rocas que se sirven de cobijo a animales y plantas que de otra manera quizá hubieran desparecido, un paraíso en miniatura.
Volvemos al coche con la imagen de la roca y su entorno en nuestras retinas, sabiendo que hemos estado en un rincón privilegiado de la Naturaleza.


