Augsburg me recuerda a una ciudad...
Augsburg me recuerda a una ciudad herida. Enmarañada en cables de tranvía sin los que no creo que pudiera vivir, y fría, muy fría. La ventisca es a Augsburg como el sol a Sevilla, algo innato y sin lo que no podría llamarse así. Esta es mi impresión de la ciudad alemana, que no sé si correcta o compartida, pero que me hace desechar cualquier opción de quedarme a vivir en Alemania.
Augsburg es una ciudad nueva, reconstruida de las cenizas de una guerra no tan lejana. Tan sólo dos calles pequeñas y bastante reconstruidas hace memoria de la vieja Alemania, con sus casas pequeñas y sus cocinas grandes y caldeadas. Lo demás, que yo recuerde, tiene aspecto funcional y gris, como esos edificios de los años setenta que sólo buscaban alojar a la gente con ausencia de todo valor artístico.
Sin embargo tiene gente amable como habitantes, algo fríos, de los que hablan casi en susurros y les molesta el volumen y potencial de voz ibérica, pero de sonrisa tímida y sincera. Esta noche vamos a un restaurante típico. Cervezas y salchichas. Acompaña un puré que no es de patatas pero que mejor no averiguar de qué es. Todo sabe riquísimo y la cerveza me hace entrar en calor. La ciudad herida parece cicatrizar y salir de su jaula gris.