Recuerdos de Piriápolis
Esas vacaciones transcurridas en mi tierna infancia, en Piriápolis, perduran con intensidad entre mis recuerdos, hasta el día de hoy. ¡Cómo olvidar el aroma a sal de sus playas, cuando recogía caracoles que traía el mar hasta la orilla, después de un día de tormenta! ¡Esos castillos de arena que construía juntos con mis primos, tanto los de Montevideo como los de Brasil, para luego derribarlos, cubrirnos de arena, y después salir corriendo en dirección al mar y zambullirnos en el agua salada y fría de ese Río de la Plata que es ya casi océano.
Los días nublados hacíamos excursiones, por ejemplo al Castillo de Piria. Recuerdo que alquilábamos caballos y recorríamos la zona, observando el hermoso paisaje de cerros azules que se vislumbraban a lo largo del horizonte, más allá de Piriápolis.
En el parque de La Cascada, para romper con la rutina de ir siempre a la playa, solíamos pescar bagres y otro tipo de peces. La mayoría de las veces no pescábamos nada, y si algo pescábamos lo volvíamos a tirar al agua. Era el gusto de estar ahí sentados, durante horas, en silencio escuchando el canto de los pájaros y el croar de las ranas. Era una tranquilidad maravillosa.
Por la noche, el mayor atractivo para mí era tomarme un helado en la heladería de El Faro. Los helados eran gigantes, y de sabores exóticos. Mi preferido era el de higo y crema del cielo. Paseábamos por el centro y por la rambla. Veíamos las olas de la playa acercarse y alejarse, una y otra vez. Esos son algunos de los recuerdos de este lugar que tanto añoro.
