Para repetir
Antes se llamaba La Bona Cuina, lo regentaba el padre de Salva y Pablo Martinez, que ahora lo llaman El Gordo y el Flaco.
La decoración es vanguardista, y con mimo puesto en los detalles, los platos firmados con el nombre del propietario, las cartas personalizadas con gusto, y los elementos decorativos atrevidos como poco (la foto del plátano se presta a unos minutos de conversación sobre su acierto).
Me gusta la idea de compartimentar los restaurantes en varios comedores, aquí hay cuatro, el nuestro con una sola mesa redonda, en el espacio Veuve Clicquot, dos con tres mesas creo recordar, y otro nada más entrar al local con un espacio más amplio.
Pasando a lo que más importa, ponderar en primer lugar la profesionalidad en el servicio, algo muy a tener en cuenta siempre, el trato del camarero de más edad fué exquisito.
Yo en un restaurante con este estandard no pondría cacahuetes y aceitunas en la mesa, la coca casera detalle de la casa es suficiente, y es una pena que se hubieran acabado tantos platos, me quedé con ganas de probar la merluza de pincho, una excusa para volver a probarla.
Decir que las croquetas de hongos estaban "de muerte", no tanto las de queso con pasas, y el pulpo a la brasa un diez, tanto en su textura como en la preparación de la salsa, el calamar a la plancha bueno y fresco.
El punto de plancha de la corvina he de decir que era el justo, servido con patatas panadera un plato ligero y redondo. Ofrece la carta, carne de buey de kobe, una exquisita delicia, o de ternera gallega, que es la que nos sirvieron y de la que mando la foto.
La tarta casera de postre con merengue y crema es un buen colofón.
El precio por comensal con vino ronda los 35 euros.
En fin, un sitio para repetir y recomendar.
(Pediros perdón por las fotos, son del móvil, me dejé la cámara en casa, cuando vuelva las hago en condiciones).


