Desde el mirador de la Atalaya...
Desde el mirador de la Atalaya continuamos por la Rue de la Petite Atalaye bajo una espesa niebla y un intenso frío que se ve acrecentado por las fuertes y continuas ráfagas de viento helado procedentes del Cantábrico.
Sin embargo esta climatología adversa dista mucho de ensombrecer el paisaje, todo lo contrario, lo embellece, lo engrandece y crea el marco adecuado a la postal que se abre ante nuestros ojos.
A escasos metros de donde nos encontramos se adivinan pequeñas formaciones rocosas contra las que chocan estrepitosamente enormes y enfurecidas masas de agua, el estruendo es ensordecedor y sentimos el agua en nuestros rostros aunque apenas percibimos el color blanco de la espuma que forman las olas cuando se baten en retirada.
Avanzamos atropelladamente, zarandeados por el vendaval a través de una estrecha pasarela metálica, construida nada menos que por el señor Eiffel, cruzamos bajo un pequeño túnel, cerca del cual se alza el pequeño templete de la Virgen de La Roca y llegamos al final de la estrecha lengua que penetra en el mar y allí, con la escasa protección de un murete que apenas nos llega a la cintura, sentimos el empuje del viento y el mar con más fuerza si cabe; sacar la cámara e intentar captar alguna imagen resulta poco menos que imposible, aún así , lo intentamos…
El tiempo parece volar y sin darnos cuenta, la niebla, barrida literalmente por el vendaval va dando paso a grandes claros. En un instante el paisaje ha cambiado por completo, ahora percibimos nítidamente el perfil de la Grande Plage , el Casino Barriere y el grandioso Hotel du Palais.
No cabe la menor duda: Desde el mirador de la Virgen de la Roca, la vista de la Costa vasca es espectacular, imponente, soberbia.


