Juan Ribón
En algún cruce de caminos, en ruta a Odesa.
Si viajar a la capital de Moldavia es, en algunos aspectos, un viaje en el tiempo, atravesar el interior del país multiplica esta sensación. El tráfico rodado se reduce hasta ser testimonial, pero igualmente caótico, y el firme permite al viajero degustar cada uno de los baches y socavones que jalonan el camino. El concepto de "parada de autobús" es completamente desconocido y lo habitual es hacer "bus-stop" en algún cruce de caminos, siempre que el minibús tenga algún asiento libre. O ni eso, si el viaje es corto. El sobresueldo del chófer, presumo.
Pequeñas comunidades rompen la monotonía de un paisaje sembrado de suaves colinas, que se suaviza conforme nos acercamos al sur, imponiéndose una llanura interminable.
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