SerViajera
Yendo desde Madrid hacia el Mar de Castilla
O Embalse de Entrepeñas, La Alcarria manchega se muestra salpicada de dulce verdor: El Tajo aparece próximo, y sobre él, custodiándolo desde hace más de 800 años, se atisban dos viejos castillos. Imponente sobre el pequeño pueblo, el de Zorita de los Canes perteneció a la Orden de Calatrava; unos kilómetros más adelante es el de Anguix que llama la atención. Enclavado sobre la piedra de una pequeña sierra y rodeado por desfiladeros, su silueta en forma de torreón, aunque deteriorada, lo convierte es uno de los más bellos castillos alcarreños.
El agua marca el rumbo: Luego de Sacedón la carretera bordea el gran embalse, olvidándose de las entrañables villas a las que da la espalda.
Allí están Córcoles, hamacándose en su lento ritmo rural, el bellísimo y evocador Monasterio de Monsalud, la hidalga villa de Pareja, cuya Plaza Mayor tanto admiró Camilo J. Cela en su “Viaje a la Alcarria”. Luego el camino continúa hasta una villa que rezuma historia: Cifuentes. A partir de allí la Alcarria se muestra profundamente auténtica: Seco su aire, inmenso su cielo, arrasados por el sol sus colores. Para llegar a la preciosa villa de Brihuega, vale la pena coger la estrecha carretera que va por Solanillos del Extremo. Son 24 solitarios kilómetros. Acompaña la tierra, aquí rojiza, abierta en surcos, allá seca, blanca y pedregosa. A veces, como un símbolo de la comarca, se recorta contra el cielo una única encina. Sola entre un mar de cebada, entre la avena, entre el trigo.
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