Paseando por el Parc Güell, y debajo de la plaza, encontramos la Sala Hipóstila, formada por 86 columnas, y donde unos músicos con instrumentos de cuerda deleitaban a los paseantes y turistas haciendo notar la increíble acústica del lugar. Si mirábamos al techo también veíamos mil y un detalles del genial arquitecto, como las bóvedas de color blanco o las rosetas que representan las cuatro estaciones.
Efectivamente, cuando estuve en Barcelona el año pasado, en el mes de septiembre, ese espacio exactamente fue uno de los que más me conmovió, especialmente al escuchar la música ejecutada por un solitario violinista y resonaba en el espacio como un coro de ángeles alados. Fue para mí una experiencia maravillosa y sentí, tal como lo conté en un rincón, que había salido de un cuento y no lo creía ni yo.
Fue una técnica que hizo ver belleza en materiales que se desperdiciaban por estar rotos, y descubrirnos un espacio único.
