Partitura del arte hecho piedra
Dejemos atrás el casco histórico, donde se arremolinan los edificios, plazas y paseos para bajar al río, a ese Duero que no puede ni quiere separarse de Soria, que la ennoblece y embellece. Crucemos el puente de piedra disfrutando del agua que discurre plácidamente a su encuentro con el mar y llegaremos a la que quizá sea la meta más ansiada de todo visitante de la ciudad.
Tras unos muros se esconde el maravilloso claustro del monasterio de San Juan de Duero, decenas de arcos se mantienen en pie gracias a la maestría constructora de los canteros que los dotaron de una belleza única y serena, diferente en cada uno de sus lados, y que irremediablemente nos transportan a los lejanos países del Oriente Medio, quizá por influencia de las Cruzadas, ya que la orden que lo mandaron levantar eran los Hospitalarios de San Juan de Acre.
Arcos y más arcos, apoyados sobre dos, cuatro o ninguna columna en un alarde de maestría arquitectónica que no tiene igual en el mundo. Capiteles poblados por arpías, demonios o frondosos arbustos exóticos. Todo parecía poco para embellecer el claustro. Y realmente consiguieron otorgarle una belleza eterna, que ha resistido al embate del tiempo y de los elementos hasta llegar a nosotros.
Recorramos todo su contorno hasta llegar a una iglesia, que aunque ejerce de actriz secundaria también posee una belleza singular.
Quizá sea por las cúpulas( también de influencia oriental), los dos originales templetes que custodian el desaparecido altar mayor, o las tumbas medievales de caballeros y religiosos de rango que se ubican cerca de las paredes del templo. O quizá sea por su sencillez, tan en contraste con la exuberancia que derrocha el claustro. No estoy seguro, pero quizá el lugar tenga algo más que un alma religiosa, como si hubiera traído consigo de Oriente no solo el arte, sino también la leyenda.