Moncho Escalante
La subida al segundo puerto de montaña ...
La subida al segundo puerto de montaña más alto del mundo, con sus 5.360 metros, fue realmente dura. La noche anterior habíamos dormido en un improvisado campamento de tiendas cerca de un cuartel militar, que estaba habilitado para que los camioneros y otros viajeros puedan hacer noche antes de afrontar el paso del puerto. Nos habían advertido que era conveniente pasar antes de las 12 de la mañana. A partir de esa hora las condiciones, que suelen ser muy cambiantes a tanta altura, se podían complicar y hacer que la ascensión, como de hecho nos ocurrió, se volviera bastante difícil.
Salimos bastante pronto del campamento, pero a los pocos kilómetros a mi moto se le rompió el cable del embrague.
He cambiado muchos cables de embrague y es una operación que no reviste demasiada dificultad. Llevaba todos los repuestos y creía que las herramientas necesarias, pero desgraciadamente, la Royal Enfield lleva el cable del embrague por dentro del motor, no como el resto de las motos que va por fuera. Tuvimos que regresar y pedir ayuda a los militares. Por suerte había una unidad mecánica, que nos prestó amablemente su ayuda y experiencia. Desgraciadamente perdimos algunas horas preciosas. Cuando comenzamos a subir el puerto, las condiciones meteorológicas se complicaron. La lluvia embarraba el camino y los camiones dejaban unas rodadas enormes que te obligaba a rodar despacio y con mucho cuidado. Como a perro flaco todos son pulgas, la moto de Nico comenzó a dar problemas de carburación. La falta de oxígeno hacía que tuviéramos que tirar del aire para enriquecer la mezcla que entraba en el carburador y esto provocaba que las bujías se engrasaran. Finalmente la moto se paró. En ese momento comenzó a granizar con fuerza. Juan y Álvaro siguieron adelante mientras Nico y yo cambiábamos la bujía. Conseguimos arrancar tras muchas dificultades, pero a los pocos kilómetros la moto volvió a pararse. Empapados y ateridos de frío volvimos a cambiar la bujía. Tuve que lanzarme cuesta abajo varias veces para poder arrancarla de nuevo. Al cabo de un tiempo la moto volvió a fallar. Cada vez que acelerabas se ahogaba y a Nico se le paraba. No tenía suficiente experiencia y no sabía como manejarla en esas condiciones. Finalmente le dejé mi moto, que funcionaba perfectamente y me hice cargo de la suya. La solución era subir en segunda con el aire sacado a tope utilizándolo para acelerar y sin parar para nada. Con la mano derecha ocupada en mantener el aire abierto, debía llevar el manillar solo con la izquierda. Además la moto de Nico era un modelo antiguo que tiene los mandos al revés que las motos actuales. El embrague queda en la derecha, por lo que al tener esa mano ocupada, debía subir constantemente en la misma marcha o cambiar sin embrague al aumentar las revoluciones del motor. La subida, entre el granizo, el barro, las enormes rodadas, algunos camiones y un precipicio abierto a mi izquierda fue peliaguda. Cuando conseguí llegar arriba estaba calado hasta los huesos, tenso, agotado física y mentalmente y bastante cabreado. Nos refugiamos en un pequeño templo que hay en el paso y esperamos a que amainara la tormenta. Cuando esta acabó y pudimos salir, el primer rayo de sol alumbró un escenario impresionante. Como por arte de magia, se me olvidó todos los sinsabores pasados y comencé a pensar excitado en los siguientes puertos a los que nos debíamos enfrentar.
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