Las luces del pasado
Era costumbre en los constructores romanos, tal y como ya hacían los griegos en su tiempo, aprovechar los fuertes desniveles que encontraban en las tierras donde decidían levantar las grandes ciudades que serían orgullo de Roma, para excavar en la propia roca gran parte de la estructura de sus famosos y vitales teatros.
El de Tarragona fue dotado de una forma elíptica debido a la amplitud natural del terreno, a su localización fuera del recinto amurallado de Tarraco y sobre todo para crear el telón de fondo que constituye el inmenso Mediterráneo. Todo era poco para un espacio vital para los habitantes de la ciudad, acostumbrados y adictos a la celebración de espectáculos donde los gladiadores y los animales salvajes luchaban hasta a muerte. Sed de sangre.
Tal y como podemos ver en otros modelos mundialmente conocidos como el Coliseo de Roma o el de El Djem en Túnez, el tiempo ha dejado al descubierto las entrañas del teatro, los corredores que se encontraban ocultos por las tablas y la arena y que alojaban la "magia" de los artificios escenográficos, las jaulas de los animales y los cubículos de los gladiadores. Los ansiosos espectadores se apiñaban en las 24 filas de gradas a la espera de disfrutar de un espectáculo salvaje e inhumano, propio de aquellos a los que llamaban "bárbaros".
Cuando pasó la época romana, y para cristianizar aquel lugar " salvaje e impuro" se levantó una basílica visigótica y aún sobre ella la iglesia románica de la Mare de Déu del Miracle. De ninguna de las dos quedan apenas poco más que los cimientos y algunos muros.
Así que sólo nos queda disfrutar de las vistas que ofrece el recinto e intentar imaginar cómo sería un combate a muerte entre los valerosos mercenarios de la violencia para satisfacer la necesidad de cruel diversión de unos colonos que se veían lejos de sus tierras natales pero que no querían perder las terribles costumbres que se mantuvieron durante siglos en el Imperio Romano. Y todo ello bajo un sol de justicia, aunque eso si, con la maravillosa visión de un Mediterráneo que es aún más antiguo que la mismísima Luperca, la Loba Romana.
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